Tengo el estómago repleto de condenadas alucinaciones que se retuercen y que suben hasta alojarse en mi garganta… quieren salir abriéndose camino con un suspiro repentino que abre solemnemente mi boca. Como desesperados fugitivos recorren entre temblores la consternada expresión y con suerte encuentran su huida en ríos de lágrimas, que descienden cuando el silencio y la soledad protegen a orgullosos y valientes.
Irracionales o no, pasajeros y efímeros, sorpresivos suspensos de la conciencia para abrir el mundo de la tortuosa imaginación que acelera el corazón y paraliza hasta las piernas.
Son llamados de distintas formas, compartidos son colectivos, combatidos con coraje, superados con el tiempo o guardados en secreto. Nos molesta demostrarlos, nos avergüenza sentirlos, nos arrebata las confianzas pero nadie en el mundo puede decir que no los ha vivido.
Como sea que los llamen: temores, fobias, angustias, nervios; no son más que eternos compañeros de la vida, no son más que nuestros miedos.