Permítame,
señorita,
que le
cante una canción,
permítame
que le grite
lo
enamorado que estoy.
Dígame si
la ofendo
con ésta
proposición,
quisiera
que me acompañe,
a un
cafecito inocentón.
Si usted
me lo permitiera,
y le
agradara mi condición,
la
llevaría ahí mismo,
a bailar
en un buen salón.
Después
de tomar unas copas
que le
aflojen hasta la voz,
la
besaría sin tregua,
hasta
robarle la respiración.
Si la
vergüenza la abandona,
como es
mi intención,
en el
hotel más cercano
le daría
todo mi amor.
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