
La siesta con su pasividad guardó silencio después de la explosión del impacto. Apenas el sonido de dos pájaros aventureros que se animaban a posarse cerca del rodado que regaba de negras lágrimas el pavimento candente.
El cruel segundo había ejecutado su venganza contra aquella feliz pareja que solamente podía despertar en el tiempo la envidia de la eternidad en un simple y dulce beso.
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