Bienvenido a mi Rincón Literario

Quisiera expresar con palabras mágicas para mostrar el mundo que conocí a través de las maravillosas páginas de un libro. Páginas que me llevan a la risa y al llanto, que me hacen recorrer paisajes que nunca vería en otra realidad; páginas donde los personajes nunca mueren, quedan presentes y reviven cada vez que abrimos el libro. Páginas que pueden hacernos soñar con los ojos perdidos en ese mundo extraordinario.

Quisiera expresarlo pero esas palabras no existen, no se puede describir lo que leyendo podemos vivir”.


Ely Kraus

viernes, 21 de septiembre de 2012

Amor de Madre

El invierno en Tucumán suele ser benévolo cuando el sol de la tarde calienta la piel de aquellos que osan subir, a la siestita, por las enmarañadas rutas al Cristo Bendicente. Sin embargo, cuando al viento se le ocurre involucrarse en la placentera diversión, los vellos de los brazos comienzan a levantarse alarmados por el incipiente frío.
Muchos visitantes empiezan a colocarse sus camperas y, varios turistas atrevidos, aprovechan la compra de la mañana para cubrirse con ponchos y algún sombrero de gaucho. Se resisten a dejar el lugar hasta que el sol decide abandonarlos y, uno tras otro, empiezan a emigrar.
Mariano, Juan y Fran decidieron esperar un poco. Aún sabiendo que era peligroso bajar de noche, lo preferían a tener que seguir la procesión de autos, motos y bicicletas que formaban, a un ritmo regular, una fila india por el único y angosto camino.
Con la compañía indispensable del mate, se refugiaron bajo un grupo de árboles donde aprovecharon para una mano de truco.
El frío había dejado desolado el lugar. Hasta los vendedores habían huido. El viento empezó a golpear más fuertemente y su voz distante advertía a los amigos que era hora de regresar a la ciudad. Los tres se levantaron y corrieron a sus autos para emprender el descenso.
La ruta parecía más oscura que de costumbre, alumbrada apenas a dos metros por los faros del Renault 19. Las luces de la ciudad aparecían esporádicamente entre la tupida vegetación, recordando el destino que se hacía, cada vez, más anhelado. El silencio era profundo. Juan manejaba pero ninguno de los tres apartaba la vista de la ruta.

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