
Cuatrocientos centímetros, una distancia amplificada por el silencio. De reojo, las miradas cómplices en un pacto de rencor, hablaban más que todos los discursos del planeta y se podía leer en ellos el temor de aceptar la derrota.
Cada vez que él se atrevía a dar la espalda, los ojos de ella se enternecían de manera tal que parecían humedecerse más de lo habitual.
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